Los desvaríos del veraneo, una
dramaturgia de la primera de las obras de la trilogía del veraneo escrita por
el autor italiano Carlo Goldoni en 1761, se representa en el teatro Infanta
Isabel hasta el 18 de septiembre.
Una
actualización fresca que hace que las dos horas de función se pasen entre risas
y aplausos con un equipo de actores que hacen las delicias de la historia. Dos
familias vecinas que compiten por estar a la última moda y pasar las vacaciones
en el campo, incluso por encima de sus posibilidades en un guiño a lo que
podría ser nuestro estado de bienestar.
El
joven director José Gómez-Friha con su compañía Venezia Teatro repone esta obra
en la cartelera madrileña, y nos acerca a esta figura teatral tan poco
representada en nuestro país. Un Goldoni rabiosamente actual que habla de
las envidias y rencillas entre
individuos de clase media alta que sólo viven para gastar lo que no tienen, y
compararse en sus afanes de ser los mejores en una época de consumo ansioso y
desvaríos amorosos.
Sin
duda el plato fuerte de esta propuesta teatral es la dirección de actores. El
autor cambia los estereotipos de la comedia del arte por la caracterización más
psicológica de los personajes, perfectamente dibujados por el director a través
del uso de la palabra y el magistral juego gestual más allá del texto. El autor
que da paso a la voz de las mujeres por encima de las imposiciones de la época
es defendido por tres actrices que brillan con luz propia, una joven Macarena
Sanz que con su peculiar voz, sus manos y su veracidad retratan una caprichosa
pero coherente dama que sabe lo que quiere de un hombre y lo que no permite de
él; Esther Isla despunta con la evolución de un personaje que llena de matices
y defiende con una energía desbordante. Helena Lanza, dulce y juguetona, ofrece
una criada que a pesar de tener poco texto, hace las gracias de una pícara
clase baja. El reparto lo completan dos veteranos actores, Juanma Navas y
Vicente León que ponen sus tablas y su talento a unos personajes contrastados
entre sí; un desternillante gorrión con gracioso amaneramiento de la mano de
Kevin de la Rosa; tres apariciones comedidas con un guiño al juego pantomímico
de la maleta de Iñigo Asiain; un galán protagonista falto de matices por
Alejandro Albarracín; y por último las delicias como criado de Andrés Requejo,
con una comicidad despuntante y una presencia que sin duda, ameniza la obra.
La
introducción de canciones y apartes hechos con micrófonos en proscenio, junto
con la presencia constante de los actores alrededor de la alfombra que hace las
veces de espacio escénico, es el acierto de una dirección escénica que sin
embargo, pierde en la introducción de morcillas actualizadas que se quedan a
medio camino por falta de desarrollo e inmersión en el texto de Goldoni. La
escenografía diáfana con la alfombra como eje de juego queda pobre con las
cajas del fondo que apenas son utilizadas. La iluminación sencilla y falta
también de juego dramático.
Merece
un aparte el acertado vestuario de Sara Roma, en un juego entre la
contemporaneidad y el clasicismo de sus atuendos, unificados en la
competitividad de las damas con sus faldas de tul de Primark, o vaqueros de
diferentes colores para los actores, que contrastan con chaquetas clásicas que
se ponen por encima o el ridículo y excéntrico atuendo del amigo gorrión, junto
a los cuadros o tirantes de los criados que nos hacen guiños a la cercanía del
texto a nuestros días.
Los
que no veraneamos en agosto pudimos disfrutar de una obra que nos traslada al
más puro juego italiano de la comedia, y a la reflexión de un querer y no poder
junto a la voz femenina que nos recuerda desde el siglo XVIII cómo no aguantar
los celos, ya sea de un hombre clásico o de uno más actual.
La Niña Rodríguez