jueves, 15 de septiembre de 2016

INCENDIOS



“AL FINAL ARDIÓ LA ABADÍA”


El teatro de la Abadía nos recibe con una mesa y dos sillas que apenas se iluminan, sobre una plataforma inclinada en el centro del escenario,-referente de los escenarios clásicos - dándole profundidad y distintos niveles de visión para el espectador sobre los  interpretes.

Una atmósfera cuidadosamente preparada para lo que nos espera,una pared enorme que servirá de pantalla de proyección,una escenografía minimalista y pulcra.

Por otra parte, el texto de Incendios de Wajdi Mouawad (Líbano,1968) es una obra de arte,capaz,como los mejores textos teatrales de vivir por ella misma,con sólo leer su texto,su cadencia,su ritmo, que va en crescendo a medida que avanza la obra, como pequeña bola de nieve descendiendo colina abajo, cada vez más fuerte.Mérito sin duda del traductor,Eladio de Pablo.

Este encuentro teatral, -que pocas veces se da en la escena actual- me ha dado que pensar en la función del lenguaje, el lenguaje escrito: cuando el actor se aprende el texto, el lenguaje hablado: cuando nos lo cuenta.

Esta unión, estos dos lenguajes juntos   -que son el metatexto de la puesta en escena-  es una herramienta para la interpretación actoral, pero en el caso de Incendios se convierte en algo más, en un personaje que transforma e interactúa con el intérprete,un texto-personaje que afecta a la actriz y al actor,que no volverán a ser los mismos después de pronunciar las palabras de sus personajes.

Llegando a este punto se comprende lo visceral de la interpretaciones - aunque se aprecien diferencias a nivel actoral por parte de los gemelos -que llegan a cumplir, pero subir la energía interna no les vendría mal.

Ramon Barea es sin duda el que sostiene la obra en las tres horas de duración, con una Nuria Espert que da la nota elegante, clásica con su interpretación,en sus posturas casi inmóviles pero que transmite fuerza contenida a punto de estallar, un torbellino enjaulado por dentro, cuando recita frente al jurado,una escena desgarrada por su voz y su mirada - la diana- para citar a Declan Donnellan.

La primera parte de la obra es un poco más floja a nivel actoral y de ritmo,se siente que apenas comienzan a calentar,por momentos la intensidad se hace evidente,pero hay momentos en que se desvanece por completo el nivel de energía,comienzo a ver a los lados y me doy cuenta que el vestuario no acompaña,demasiada limpia y nueva la chaqueta de la herencia que deja la madre a sus gemelos.

Se agradece a una actriz escucharle su voz cantada,que llena el espacio y lo transforma, Lucía Barrado nos lleva por unos instantes mágicos en el inicio de la segunda parte, a uno de los momentos más reales del teatro,tener la capacidad de erizar la piel del espectador.

Una segunda parte mucho más trabajada,con personajes mucho más caracterizados y una evolución de los mismos.Realmente un disfrute en todos sentidos,un verdadero goce para un buen amante del teatro.

Un argumento con final explosivo ,un incendio incontrolable que no puede detener la lluvia que cae sobre los actores y actrices en la última escena,cubiertos por una lona plástica.

La  Abadía está que arde,ese instante antes del primer aplauso,ese silencio tenso que se genera en la sala entre los personajes-actor@s y los espectadores ,una comunión mágica lograda por su director, Mario Gas.

Esos segundos alargados en el tiempo que destilan teatro en esta puro…letanía teatral…cae el primer aplauso como gota de lluvia que se convierte en tormenta en una unánime ovación de pie, pero al final ya es tarde para apagarnos, salimos del teatro todos,incendiados y agradecidos.



Mapa.

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