miércoles, 31 de agosto de 2016

Los afanes del desvarío


  Los desvaríos del veraneo, una dramaturgia de la primera de las obras de la trilogía del veraneo escrita por el autor italiano Carlo Goldoni en 1761, se representa en el teatro Infanta Isabel hasta el 18 de septiembre. Una actualización fresca que hace que las dos horas de función se pasen entre risas y aplausos con un equipo de actores que hacen las delicias de la historia. Dos familias vecinas que compiten por estar a la última moda y pasar las vacaciones en el campo, incluso por encima de sus posibilidades en un guiño a lo que podría ser nuestro estado de bienestar.

  El joven director José Gómez-Friha con su compañía Venezia Teatro repone esta obra en la cartelera madrileña, y nos acerca a esta figura teatral tan poco representada en nuestro país. Un Goldoni rabiosamente actual que habla de las envidias y rencillas entre individuos de clase media alta que sólo viven para gastar lo que no tienen, y compararse en sus afanes de ser los mejores en una época de consumo ansioso y desvaríos amorosos.

  Sin duda el plato fuerte de esta propuesta teatral es la dirección de actores. El autor cambia los estereotipos de la comedia del arte por la caracterización más psicológica de los personajes, perfectamente dibujados por el director a través del uso de la palabra y el magistral juego gestual más allá del texto. El autor que da paso a la voz de las mujeres por encima de las imposiciones de la época es defendido por tres actrices que brillan con luz propia, una joven Macarena Sanz que con su peculiar voz, sus manos y su veracidad retratan una caprichosa pero coherente dama que sabe lo que quiere de un hombre y lo que no permite de él; Esther Isla despunta con la evolución de un personaje que llena de matices y defiende con una energía desbordante. Helena Lanza, dulce y juguetona, ofrece una criada que a pesar de tener poco texto, hace las gracias de una pícara clase baja. El reparto lo completan dos veteranos actores, Juanma Navas y Vicente León que ponen sus tablas y su talento a unos personajes contrastados entre sí; un desternillante gorrión con gracioso amaneramiento de la mano de Kevin de la Rosa; tres apariciones comedidas con un guiño al juego pantomímico de la maleta de Iñigo Asiain; un galán protagonista falto de matices por Alejandro Albarracín; y por último las delicias como criado de Andrés Requejo, con una comicidad despuntante y una presencia que sin duda, ameniza la obra.

  La introducción de canciones y apartes hechos con micrófonos en proscenio, junto con la presencia constante de los actores alrededor de la alfombra que hace las veces de espacio escénico, es el acierto de una dirección escénica que sin embargo, pierde en la introducción de morcillas actualizadas que se quedan a medio camino por falta de desarrollo e inmersión en el texto de Goldoni. La escenografía diáfana con la alfombra como eje de juego queda pobre con las cajas del fondo que apenas son utilizadas. La iluminación sencilla y falta también de juego dramático.

  Merece un aparte el acertado vestuario de Sara Roma, en un juego entre la contemporaneidad y el clasicismo de sus atuendos, unificados en la competitividad de las damas con sus faldas de tul de Primark, o vaqueros de diferentes colores para los actores, que contrastan con chaquetas clásicas que se ponen por encima o el ridículo y excéntrico atuendo del amigo gorrión, junto a los cuadros o tirantes de los criados que nos hacen guiños a la cercanía del texto a nuestros días.

  Los que no veraneamos en agosto pudimos disfrutar de una obra que nos traslada al más puro juego italiano de la comedia, y a la reflexión de un querer y no poder junto a la voz femenina que nos recuerda desde el siglo XVIII cómo no aguantar los celos, ya sea de un hombre clásico o de uno más actual.




La Niña Rodríguez

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